Las dos guerras de 1918
Las pandemias han acompañado a la historia de la humanidad desde el siglo XVI, sin embargo, el impacto de la “influenza española” en la salud pública a nivel mundial fue inesperado, pues el virus viajó a lo largo y ancho de la tierra durante meses, favorecido por el contexto de la Primera Guerra Mundial. Así, en 1918 se pelearon dos frentes de batalla, una entre la Triple Alianza y la Triple Entente o los Aliados, y el otro combate se registró entre los médicos y la pandemia global de la influenza, denominada técnicamente como H1N1.1
El 5 de marzo de 1918 murió el primer enfermo de los soldados acampados en Fuston, Fort Riley
El origen de la “zona cero” del brote hoy continúa siendo motivo de discusión, pero los distintos estudios sobre la historia de la epidemia señalan que el primer registro oficial fue en Estados Unidos. En enero y febrero de 1918, en un pequeño poblado del condado de Haskell, en Kansas, el Dr. Loring Miner detectó e informó a las autoridades sanitarias que se esparcía rápidamente una enfermedad mortal. Dicho reporte era, en realidad, la primera advertencia sobre la pandemia de influenza. Algunos soldados que se encontraban en el campamento Fuston, en Fort Riley, visitaron a sus familias en Haskell antes de partir a la guerra, donde contrajeron el virus.2 El 5 de marzo de 1918 cayó el primer enfermo de los cientos de pacientes que se registraron entre personal civil y militar, los cuales fueron atendidos en un hangar acondicionado como hospital. Estas medidas de contención poco sirvieron ya que, de cualquier manera, las autoridades militares estadounidenses enviaron soldados del campamento al puerto de Brest, en Francia, donde desembarcaban las tropas de los Aliados como parte de la ofensiva en el frente occidental de la Primera Guerra Mundial. Desde ahí los transportaban al frente de batalla, muchos como portadores del virus de la influenza H1N1.
La pandemia registró tres oleadas. La primera ocurrió entre el mes de abril y julio de 1918, donde la mayor parte de los fallecidos fueron militares que, en las barracas o en las trincheras, contagiaron a otros compañeros. Ahí se les prescribía descanso y una aspirina, pero éstos empeoraban con un cuadro de neumonía y morían. Los soldados estadounidenses denominaron la enfermedad como “fiebre de tres días", sin embargo, algunos testigos que la padecieron, aseguraban que duraba más de una semana.3
La epidemia afectó las operaciones militares de los ejércitos involucrados, por la cantidad de enfermos que tenían
Con el retorno de las tropas a sus lugares de origen, la influenza H1N1 se esparció entre la población civil y, poco después, alcanzó las altas esferas. En el mes de mayo tanto el monarca británico Jorge V, como el español Alfonso XIII, contrajeron la enfermedad. Para el mes de junio, las tropas americanas, británicas y francesas estaban en su mayor parte contagiadas, al igual que las alemanas que se quedaron fuera de combate.
Como era natural, la epidemia afectó las operaciones militares de ambos bandos por la cantidad de enfermos que tenían, lo cual obligó a replantear las acciones de la guerra debido a que era imposible atacar al enemigo. Aunado a esto, la atención de los enfermos por la influenza H1N1 se combinó con los heridos de las refriegas. Un fragmento del poema “Hospital militar” del médico militar alemán Wilhem Klemm, retrata el otro campo de batalla de los soldados:
Briznas de paja crujiendo por doquier.
Los pedazos de vela se erigen solemnes y nos observan.
A través de la bóveda nocturna de la iglesia
Flotan gemidos, palabras ahogadas a medias.
Hay un hedor a sangre, pus, mierda y sudor.
Los vendajes supuran bajo uniformes raídos.
Manos trémulas tiemblan y los rostros se contraen.
Los cuerpos se mantienen erectos mientras las cabezas
agonizan de lado hacia abajo.
A lo lejos la batalla truena siniestra
Día y noche, gruñendo y rugiendo sin cesar,
Y para quienes mueren aguardando pacientemente a que
caven sus tumbas
Suena en sus oídos como si retumbara por todo el mundo, la
palabra divina.4
A partir de julio de 1918, la enfermedad fue más agresiva y comenzó a denominársele “influenza española”. Cuando el rey Alfonso XIII cayó enfermo, la prensa de ese país reportó que un brote parecido a la gripe estaba causando miles de muertes, mientras que los países beligerantes pocas veces mencionaban el tema o lo hacían en las páginas interiores de los diarios. Incluso la prensa británica y sus autoridades acordaron tácitamente limitar cualquier discusión sobre la influenza, para no desmoralizar a un país agotado por la guerra.
Esta misma censura se aplicó en Francia y Alemania.5 En cambio, España como país neutral, al dar a conocer los estragos de la influenza –por ejemplo que dos terceras partes de los madrileños habían enfermado en tres días– se le atribuyó el origen de la pandemia y comenzó a denominarse a la enfermedad como “influenza española” o “gripe española”, nombre cuyo uso se generalizó incluso en el arte. Así por ejemplo, el pintor noruego Edvard Munch, quien cayó enfermo a principios de 1919, produjo su obra “Autorretrato con gripe española” durante el confinamiento.
Edvard Munch, pintor noruego, al caer enfermo produjo su obra: “Autorretrato con gripe española”
La segunda oleada del virus de la influenza empezó en agosto de 1918 y se caracterizó por ser más contagiosa y letal. Para entonces, se había propagado a lugares inimaginables gracias al comercio marítimo y a la transportación de tropas, tocando las puertas de África, el norte y sudeste asiático, Medio Oriente, el Caribe, América del Sur e inclusive las islas del Pacífico. Los sitios donde se originó este segundo brote fueron el campamento Devens y el centro naval de Boston, Estados Unidos. De nueva cuenta el puerto de Brest, en Francia, volvió a dispersar la enfermedad al concentrar las tropas de los Aliados, así como en la capital de Sierra Leona, Freetown, para el continente africano. Las operaciones de la guerra continuaron afectadas y aún después de la celebración del armisticio y la desmovilización de las tropas, reapareció el virus. Los esfuerzos para contener su avance como las medidas de distanciamiento social, el cierre de lugares públicos, sugerencias como evitar toser, escupir y estornudar, o lavarse constantemente las manos, no fueron suficientes: ocho de cada diez enfermos desarrollaban neumonía con un largo periodo de convalecencia o morían.6
Para el escritor Franz Kafka: “contraer la fiebre fue sin duda sobrecogedor, aunque también un poco cómico”
La tercera oleada comenzó en diciembre de 1918 y se prolongó hasta mayo de 1919. En el mes de febrero se llevó a cabo la Conferencia de Paz de París que ponía fin a la Gran Guerra, en la cual varios delegados enfermaron, como el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson y su asesor Edward House.7 Al derrotar los Aliados a la Triple Alianza, parecía que también se vencía a la influenza H1N1, episodio que el escritor Franz Kafka retrató con precisión: “contraer la fiebre como súbdito de la monarquía de los Habsburgo y recuperarse de ella como ciudadano de una democracia checa fue sin duda sobrecogedor, aunque también un poco cómico”8. Si bien esta última etapa no fue tan letal con respecto a las dos oleadas anteriores, en total se calcula que pudieron contagiarse alrededor de 100 millones de personas y al menos 50 millones de muertes a nivel mundial, mientras que la Primera Guerra Mundial cobró la vida de 15 millones de personas.
REFERENCIAS:
1 La Triple Alianza se conformaba por el Imperio Austrohúngaro, Alemania e Italia; la Triple Entente o los Aliados se integraban por Inglaterra, Francia, el Imperio Ruso hasta 1917, así como Estados Unidos a partir de entonces.
2 Jeremy Brown, Influenza, p. 39
3 Gina Kolata, FLU, p.14
4 “Hospital militar” de Wilhem Klemm, consultado en:
https://www.revistaarcadia.com/libros/articulo/poemas-de-la-primera-guerra-mundial/72087
5 Jeremy Brown, Influenza, p. 49.
6 Laura Spinney, El jinete pálido, pp. 98, 104.
7 Ibid, p. 48.