Amparo Dávila una escritora excepcional

Amparo Dávila una escritora excepcional

Amparo Dávila nace en 1928 en un pueblo minero del estado de Zacatecas llamado Pinos. Su padre fue Luis Dávila Guerrero y su madre Lydia Robledo Galván. Creció en el seno de una familia de clase media alta y tuvo tres hermanos, uno murió al nacer y otro a la edad de 4 años por una meningitis, la tristeza de su ausencia marcó su vida y fue uno de los tinteros de su obra literaria.

Desfile revolucionario en Pinos a principio de siglo XX
Desfile revolucionario en Pinos a principio de siglo XX

“Pasan ciudades bajo la niebla, oscuros pueblos cerrados, sombrías ventanas húmedas"

Amparo fue una poeta, y novelista mexicana excepcional. Su obra y su vida estuvieron enmarcadas en el paisaje húmedo y sombrío de su tierra, situada en las alturas de las montañas zacatecanas donde el frío se cuela por los huesos y a menudo la niebla cubre los caseríos y las torres de la iglesia hasta borrarlos entre su espesura. En su poema, “Cuando Despierta el tacto”, podemos ver con claridad el entorno de su infancia:

Amparo Dávila/ Poesía reunida/ Fondo de Cultura Económica
Amparo Dávila/ Poesía reunida/ Fondo de Cultura Económica

“Pasan ciudades bajo la niebla, oscuros pueblos cerrados, sombrías ventanas húmedas; pasan máscaras; muñecas rotas, lentos desenterrados sin rumbo, lágrimas secas y oscuras sonrisas apenas entreabiertas […] —Esta es mi casa— la tierra atormentada; en mi sustancia, el barro desolado, el sueño y el agua, la ceniza y el fuego.”

El poblado de Pinos Zacatecas
El poblado de Pinos Zacatecas

Su casa era una de las más grandes de Pinos; para amainar el frío Amparo se refugiaba en la gran biblioteca de su padre y sin saber leer aún, ella veía los libros y repasaba sus páginas una a una.

En esa biblioteca descubrió La divina comedia de Dante Alighieri, un libro que la aterrorizó por los grabados del pintor Doré que ilustran sus páginas, y sin embargo le enseñó cómo la literatura es capaz de convertir en belleza el horror.

Imaginemos a la niña Amparo en esa biblioteca, que era su lugar favorito, no sólo por los libros que ahí descubría, sino porque desde la ventana de esa biblioteca se veían pasar las caravanas fúnebres que iban al cementerio de Pinos a enterrar a sus muertos. Ella decía cuando la entrevistaban: “el de Pinos era el único cementerio cercano; ya fuera en una carreta o sobre el lomo de una mula, los muertos desfilaban como un espectáculo […] así crecí, viendo pasar la muerte”.

Descubrió La divina comedia de Dante Alighieri. Aprendió que la literatura es capaz de convertir en belleza el horror.

En la memoria de Amparo vivían las historias antiguas de su pueblo; decían que en la casona de sus padres habitaba el fantasma del dueño que se las había vendido, un hombre que tenía una pata de palo pues se había quedado sin pierna en una reyerta. En las noches se escuchaban los golpes secos que el fantasma hacía al caminar con su pata de palo y se decía que iba acompañado de una mujer vestida de blanco con una veladora en sus manos; esas historias fueron formando parte del imaginario de nuestra escritora.

En Pinos fue a la escuela y aprendió a leer y a escribir; a los 7 años la enviaron a San Luis Potosí donde estudió la primaria y la secundaria. Desde entonces fue autodidacta, leyó y aprendió la música de los poemas de la generación del 27, y se fascinó con las novelas de Kafka, D.H. Lawrence y Herman Hess. Empezó a escribir cuentos y poemas desde los 10 años, los escondía pues le parecía que eran intimidades que no quería ni debía mostrar a nadie.

En 1951 participa en un concurso convocado por el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros, con su poema “Salmo de la ciudad transparente” y obtiene el primer premio.

Cuando tenía 23 años conoció a Alfonso Reyes en la Academia Potosina de Ciencias y Artes, donde él impartía una de sus conferencias literarias. La presentación de Alfonso Reyes aludía de manera profunda a la obra “El Principito” de Saint-Exsupéry. Para Dávila esa referencia fue tan impactante que no dudó en abrazar a Reyes con una emoción singular, desde ese momento, Alfonso Reyes se convirtió en su maestro y su guía.

Fue una escritora poco conocida, nunca quiso formar parte de camarillas literarias.

La obra de Amparo Dávila recupera con sensibilidad poética el entorno de aquel pueblo minero que la vio crecer. Un pueblo donde la vida cotidiana era un encuentro permanente con lo insólito. El realismo mágico se desprende de esa virtud de secreto y de suspenso, que va dejando caer en la delicia de sus cuentos.

Amparo Dávila en uno de sus homenajes al final de su vida
Amparo Dávila en uno de sus homenajes al final de su vida

Fue una escritora poco conocida, nunca quiso formar parte de camarillas literarias, ni ser objeto de grandes protagonismos; su narrativa dejó huellas en el camino del misterio, una narrativa impecablemente cuidada que amarra a sus lectores desde la primera página. “En sus relatos -nos dice el escritor jalisciense- Bernardo Esquinca- se bordan pañuelos, se teme a la tuberculosis, se espera a los tranvías, se usan guantes, gabardinas y sombreros, hay gobelinos y pianos de cuarto de cola, se sirven cremas y licores, y se pagan centavos.”

Amparo Dávila fue esposa de uno de los grandes pintores mexicanos del siglo XX: Pedro Coronel con quien tuvo dos hijas.

Boda de Amparo Dávila con Pedro Coronel
Boda de Amparo Dávila con Pedro Coronel

Su obra refleja un especial interés en la vida cotidiana de las mujeres; podemos afirmar que fue una de las precursoras del feminismo mexicano, siempre tratando de romper con prejuicios que denigran la figura femenina, y luchando en contra de la discriminación y la desigualdad de la mujer. Sus cuentos exploran esa parte de la intimidad femenina en medio de un patriarcado que marca su deber ser en la vida.

En 1950 publicó “Salmos bajo la luna,” más adelante los poemas “Meditaciones a la orilla del sueño” y “Perfil de soledades.” Sus cuatro recopilaciones son: Tiempo destrozado (1959), Música concreta (1964), Árboles petrificados (1977), y Con los ojos abiertos.

Salmos color violeta
Salmos color violeta

Amparo Dávila recibe el premio Xavier Villaurrutia por su obra Árboles Petrificados en 1977, uno de los galardones literarios más relevantes de nuestro país. En 2015 recibe la Medalla Bellas Artes por sus aportaciones al arte y la cultura de México. En 2020 recibe el premio Jorge Ibargüengoitia de literatura por su trayectoria como cuentista. El Premio Nacional de Cuento que otorga el INBAL lleva su nombre desde 2018.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Amparo Dávila. Bordar el abismo. México: UAM-I, ITESM, 2009. 128. ISBN 978-607-477-026-1
  1. Enriquez, Mariana (4 de abril de 2022). Intimidad arrasada, seres extraños, gótico desértico: toda Amparo Dávila. Babelia, El País. Consultado el 30 de abril de 2022.
Piñón, Alida (18 de abril de 2020). «Fallece Amparo Dávila, figura en el género fantástico»El Universal. Consultado el 18 de abril de 2020
Tiempo destrozado, México, Fondo de Cultura Económica, 1959, Col. Letras mexicanas, núm. 46.